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Me quedan 3 días de trabajo y no he tenido mucho tiempo para pensar, entre todo lo que tengo que dejar acabado, las constantes charlas con los amigos de la oficina y las labores de limpieza que parecen no acabar.
Pero hoy si...hoy caminé un poco más de lo que suelo caminar a diario. Hoy pasé de largo por la boca del metro y bajé hasta sol. Crucé la calle y subí por alguna de cuyo nombre no me acuerdo. Pensé en lo que había hecho, y peor aún, en lo que se me viene encima.
¿La decisión? Bien tomada, y me alegra haberlo hecho...¿Pensar en lo que vendría? Quien sabe.
Hoy pensé en que posiblemente no encuentre trabajo cuando acabe lo que tengo planeado. Y que, si es así, probablemente tenga que regresar a casa antes de lo medianamente previsto. Pensé en lo que me costará conseguir un trabajo luego, en cómo voy a sobrevivir, en cómo serán los días de nuevo levantándome un poco más tarde y desayunando en frente de la tele.
Bajé la cabeza, seguí caminando, traté de no pensar más. Quiero seguir creyendo que lo que hice fue lo mejor, que era lo que tenía que hacer, que si seguía así iba a terminar carcomida por el estrés, que tengo prioridades, que eso no es para mí. Pero hoy fue inevitable....sentí que mi cuerpo estaba tambaleando, ya, inevitablemente, en el borde de ese maldito abismo.