UN CLICK

Las caminatas con mi mamá suelen ser momentos de desdoblamiento. Mi mamá con sus chistes, sus imitaciones, sus cientos de preguntas y sus piruetas...la risa total! En éstas nos pasan cosas curiosas, encontramos personajes irreconocibles, comemos raspado de mora y fresa con leche condensada por encima, nos tropezamos tontamente con los desniveles del suelo..


Me fascinan los regaños de mi mamá cuando salimos a pasear y le digo que quiero un helado de brownie, o un cholado con mucho banano picado; me dice que sigo siendo una golosa, que por eso estoy así de gorda, que voy a terminar igual que ella y mi abuela. Ah! es que caminar con ella es toda una historieta, con nudo y todo, no podemos ponernos de acuerdo en a donde ir, o a que tienda entrar, o a qué persona mirar; me encanta cogerla de la mano y escuchar su AGHGHG, no me coja que no estoy vieja!, mientras trata de zafarse con fuerza de la mía. A mí no me gusta caminar, pero al lado de mi mamá, les camino mil manzanas, dos mil calles y tres mil pueblitos, es que a su lado no se siente, no hay tiempo para refunfuñar, ni para el dolor de pies. A su lado es que yo caminaría la vida entera carajoooo...
Ah, y todo esto venía a que, mientras caminaba con ella por el centro de Popayán (la ciudad/pueblo natal de mi familia materna), nos encontramos con este señor, un personaje de primera. Este fotógrafo, cuando yo tenía como 6 años, me montó a un caballo de madera pintado de colores, me puso un sombrero de charro - un poco pesado de sostener para mi corta edad en ese entonces - me hizo sonreir a la fuerza y se perdió en su sábana negra, esa que colgaba detrás de la enorme cámara..
No podía creer que tanto el hombre como su camarota siguieran intactos ahí, en medio del parque central. Como si nunca se hubieran movido, como si alguien los hubiera sembrado.
Se le detuvo el tiempo...
Y yo al verlo, deseé que el tiempo se nos detuviera a mi mamá y a mí también, mientras caminábamos esa mañana.