REUNION FAMILIAR ALREDEDOR DE UN SANCOCHO

Las reuniones familiares son definitivamente deliciosas, sobretodo cuando se lleva un año sin ver a tíos, primos y primitos. El sentirlos cerca, hablar con ellos, discutir y reír fue la mejor medicina para matar mi jetlag, por el cual llevaba casi 4 días tumbada en cama, embobada y somnolienta.


La reunión de este año fue rica: nos reunimos alrededor de un sancocho de gallina, ese que tan típicamente se cocina en los patios de las casas con leña y carbón en las ciudades pequeñas y pueblos calientitos. No puedo describir su olor, porque el sólo imaginarlo me sumerge en un trance delicioso, que no me deja unir palabras con congruencia.


Seguramente, si mi abuela hubiese estado viva, no nos habría permitido comprar las gallinas y las habría matado ella misma, ante nuestra mirada indiferente. Posiblemente mi abuelo, si pudiera caminar con la agilidad de antaño, habría ido hasta la parte de atrás del huerto a cortar un buen pedazo de caña, de ese que crece camuflado y por equivocación en el patio de casa de mi tía, y nos habría picado unos ricos trozos para chupar mientras el sancocho espesaba. Sí, pudo ser mejor, pero lo bonitico fue ver que los que quedamos, los que nos levantamos de la cama a diario, podemos seguirnos reuniendo para hablar, agitar el carbón, y dejar como ese aroma a tierra se apodera de nuestro olfato, y de nuestro cuerpo entero.